Los
que conocéis el blog ya sabéis que soy un ávido lector y coleccionista de
relatos de cualquier género. Pero como las antologías de relatos jamás han
estado entre los best-sellers, la búsqueda a veces se hace algo tediosa.
Esto
no me ocurre con los géneros fantástico y de ciencia ficción. Por suerte
Barcelona está bien surtida gracias a la librería Gigamesh y a ese maravilloso pasillo
de saldos, stocks y segunda mano, donde uno puede encontrar una gran variedad
de libros de cuentos de clásicos del Sci-Fi, muchas veces a
buen precio. A lo largo de los años, Gigamesh me ha ayudado a reunir
una buena colección de relatos que me han entretenido y sorprendido y que han
nutrido mis conocimientos sobre el arte de la narrativa.
"El espectroscopio del alma"
de Edward Page Mitchell fue una de esas
compras que se hacen con desconocimiento, un poco por instinto, un poco por
azar, y que después te hacen sentirte orgulloso de tu fino olfato de
sabueso.
Aquel
día iba con bastantes prisas y sólo me pasé por la librería para curiosear
las novedades y después salir pitando. Pero quiso el destino que ese día de
marzo, que en principio se presentaba soleado, se fuera tornando gris hasta
que, justo cuando salí por la puerta de Gigamesh, empezó granizar (sí,
granizar, lo juro). Y mientras dejaba correr los minutos contemplando como la
gente corría a guarecerse en cualquier sitio, yo decidí, con un suspiro de
satisfecha resignación, volver a la librería.
En
ese momento se presentaba "El final del duelo" de
Alejandro Marcos Ortega, publicada por Orcinny Press (novela que
recomiendo encarecidamente). El editor también hizo una breve presentación
de "El espectroscopio del alma", del que ahora hablaremos.
Si
fuera supersticioso diría que los dioses del Sci-Fi lanzaron sobre mí una
granizada para que saliera de Gigamesh con aquellos dos libros. Si eso
fuera posible (me declaro agnóstico), les daría las gracias por los buenos
ratos que su lectura me ha proporcionado.
Sobre
la biografía de Edward Page Mitchell no me extenderé demasiado porque para eso
podéis leer el estupendo prólogo que viene incluido en el libro o acudir a la
wikipedia. Baste decir que se considera un clásico de ciencia ficción moderna.
Hablamos de un caballero del siglo XIX que escribió sobre máquinas del tiempo y
hombres invisibles antes que el mismísimo H.G. Wells.
Es
cierto que hablando de ciencia ficción, el contexto histórico, cultural y
social de la época determinan en gran medida la importancia de la obra de un
autor, y Mitchell no es una excepción. Pero yo no soy historiador, ni tampoco
un teórico del Sci-fi y esto no es una convención de género.
A
mí me interesan los relatos en sí mismos. Y a eso voy.
Ya
había leído dos de los cuentos más famosos de este caballero, puesto que se
han incluido anteriormente en otras antologías de varios autores clásicos
de C/F. Se trata de "El hombre de cristal" y "El reloj que retrocedía".
Son precisamente estos relatos los que dejan más patente el carácter
innovador de Mitchell, pues son anteriores a H.G. Wells (repito) y hablan
de máquinas del tiempo y hombres invisibles. En todo caso, siendo muy
interesantes, son los relatos más serios del libro y, aunque queda claro que el
autor se anticipó a su tiempo cuando los escribió (y esto no es
moco de pavo), a mí me resultan más convencionales en cuanto a narrativa. Al
fin y al cabo, si Mitchell se anticipó a Wells con los viajes en el tiempo,
otros se anticiparon al propio Mitchell. Y en cuanto a hombres invisibles, el
tema se ha abordado muchísimo antes (aunque no desde una perspectiva científica
sino más bien fantástica).
Han
sido el resto de cuentos incluidos en la antología de Orcinny Press,
los que me han fascinado, revelándome la personalidad de un autor
verdaderamente imaginativo y juguetón.
Sus
cuentos son interesantes, entretenidos y muy muy divertidos.
El
tono general es humorístico, satírico en muchas ocasiones y el estilo se acerca
a menudo a la crónica periodística donde generalmente el narrador es una
especie de escriba (o testigo) que nos transmite la increíble historia del
protagonista sin apenas participar en la acción. En ese sentido vale la pena señalar
que sus relatos solían publicarse de forma anónima en periódicos, como si de
noticias se tratara (de nuevo os remito al prólogo). Independientemente de este
detalle, los cuentos funcionan a la perfección ciento treinta años después de
ser escritos, y su prosa es clara y bastante directa para tratarse de un
escritor del siglo XIX.
De
hecho, narrador y protagonista (o ambos cuando coinciden) suelen usar la voz de
un caballero ilustrado, con cierto grado de conocimientos y educación que, en
muchas ocasiones me ha recordado al Asimov más satírico de “Azazel” o al Arthur
C. Clark más irónico y gamberro de “La taberna del ciervo blanco”, por citar
dos referencias (grandes referencias, por cierto) más modernas.
La
trama suele desarrollarse cuando el héroe se enfrenta a un problema
irresoluble, forzado por las circunstancias, y debe acudir a pedir auxilio a un
científico, que le trata como un ahijado, para resolver su problema. En
ocasiones el antagonista también es un hombre de ciencia y sus tesis entran en
conflicto con las creencias del protagonista. En todo caso, la figura del
“sabio”, ya sea como mentor o villano, está presente en la mayoría de
relatos. Y os aseguro que los buenos “doctores” y “profesores” no tienen
desperdicio. Sus teorías están tan bien argumentadas en su forma como
disparatado es su contenido, lo cual provoca resultados de lo más hilarante.
Los discursos científicos o filosóficos de los personajes son prolijos, pero
comprensibles y sumamente divertidos. Delirantes, logran suspender la
incredulidad del lector gracias al ingenio y la ironía. ¿Ejemplos breves?
1)
Jean Marie Rivarol, cuyos extravagantes inventos y soluciones para librarse de
sus acreedores son dignas de una película de los hermanos Marx.
2)
El profesor Surd, cuya hija se llama Abscisa (la combinación de nombre y
apellido nos lleva indefectiblemente a la palabra “Absurd”) que desprecia a
todo pretendiente de su hija que no tenga una mente matemática.
3)
El profesor Dummkopf, que nos detalla como cambiará el mundo cuando por fin
consiga fotografiar y analizar el alma humana, y que pierde la cabeza (¿o es el
cuerpo?) cuando uno de sus experimentos falla.
4)
Los doctores Schwank y Diggelman, obsesionados con practicar trepanaciones.
5)
El señor Daniel Webster Wanlee, político cuyo discurso va más allá del
veganismo puesto que considera que los vegetales también son seres sensibles.
Hasta
cuando se pone serio, Mitchell llena sus párrafos de alusiones humorísticas a
las manías y obsesiones de estos eruditos. Sin duda era un hombre culto, que
sentía fascinación y curiosidad por la ciencia y la sociología, pero tenía la
suficiente lucidez como para reírse del esnob mundo académico de la época.
No
sufráis los impacientes. Sus páginas no están llenas de interminables y
densas descripciones atmosféricas, tan comunes en los relatos de la época. La
narración tiene un buen ritmo y no se hace pesada. Los desenlaces son
imprevisibles y, en muchas ocasiones, los relatos finalizan de un modo abrupto
que en otro tipo de cuentos resultaría demasiado forzado, pero que aquí, debido
al tono general que raya el disparate, quedan perfectos.
En
definitiva sus relatos demuestran una gran técnica narrativa, además de ingenio
e imaginación. Y un finísimo sentido del humor que ha sido el pequeño extra que
me ha enamorado.
Sin
revelar ni resumir la trama de ninguno de los cuentos (se disfrutan mejor si no
se sabe de qué van), debo decir que mis favoritos son “El taquipombo”, “El
experimento del profesor” y “Nuestra guerra con Mónaco”, por ser los relatos
más descabellados, refrescantes y dementes que he leído en mucho tiempo.
Cuentos
que son pequeñas joyas donde se mezcla la especulación científica, filosófica o
social, con el desenfreno de la comedia de enredos.
En
mi opinión, una antología muy recomendable tanto si eres lector de ciencia
ficción, como si no.
Buscadlo,
compradlo y disfrutadlo.
Ahora,
aunque sigo declarándome agnóstico, voy a encender otra vela a los dioses del
Sci-Fi.
¡Que
sigan descubriendome maravillas toda la vida!
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